Quédate quieto, mírame a ciegas y adivina que te respiro. Eres aire en los pulmones, una sonrisa de acierto. Un mutuo alivio, estar aquí y que estés conmigo. Nada de espejismos; eres tan real como siempre te imagino. Y te imagino si no estás, y te noto el corazón alterado cada vez que te toco, y sonrío.
Descansa tus dedos sobre los míos, suspirá -como siempre lo hacés- , llega hasta mí aunque no te vea. Piénsame, persígueme entre líneas, piérdete en mis palabras y encuéntrame al final de cada punto y seguido, que no hay tiempo perdido si ya estás en mi camino, que el reloj se paró el décimo día del último mes del dos mil diez.
Enamorémonos despacito, y no agradezcas todo lo que te he escrito, que hay muchas frases que no digo, y aire que aún no hemos compartido. Ya no hay prisa, pero sí impaciencia en todo lo que decimos. Y es que, cuando llegás, alumbras dos corazones de un solo tiro.
Juguemos al ‘nosotros’; quédate conmigo. Respírame siempre, acaríciame cuando te miro. Mírame aunque te diga que no lo hagas. Haz que enrojezca, incluso cuando no esté permitido. Haz que vea la luna, cada día, de un modo distinto. Que diciembre será siempre, y que estés conmigo es todo lo que pido.